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¿Nos matará la indiferencia? Recuperar la empatía en una población sobrepasada

 “A los mosquitos se los mata con la indiferencia”, me enseñó siempre mi abuelo en la húmeda Santa Fe. Allí el pequeño insecto hace invivible un paseo de verano. En la actualidad lo invivible es generado por las atrocidades sociales de la crueldad a la moda. Como contraparte, un gran porcentaje de la población hace oído sordos. 



¿Será una forma de autopreservación frente a la violencia? ¿Será el crecimiento del individualismo? ¿Será la imposibilidad de hacer algo efectivo para dar respuestas?


Últimamente hablamos mucho de la crueldad, la insensibilidad, la violencia, de la política del gobierno actual. Pero la indiferencia es un complemento de esa crueldad, y a ese fenómeno no se le dedica aún la atención necesaria. Si no existiera esa indiferencia no avanzarían tan fácilmente las atrocidades a las cuales nos estamos acostumbrando como sociedad. 


Por distintas razones, gran parte de nuestro pueblo es indiferente al sufrimiento ajeno. No se moviliza, no toma estos temas como parte de la conversación pública. A veces pienso, ahora sí, con semejante aberración que sucede nuestro pueblo va a reaccionar en masa, pero no. No volverán a votar semejante desastre, pero no. 


Las causas de semejante indiferencia social pueden ser diversas: Un discurso desde el poder mediático y político de promover el individualismo extremo y el temor para desmovilizar y paralizar. También la sobrecarga de información negativa, hace que se produzca una negación a todo. La lucha por la supervivencia diaria en muchos casos no deja energía libre para preocuparse por el otro, cuando hay que cubrir la olla todos los días. La población está sobrepasada y encuentra refugio en la indiferencia.


Tengo un ejemplo cercano para ilustrar este fenómeno social: el vaciamiento del Garrahan, hospital pediátrico más importante del país. Sus profesionales de excelencia, además de salvar y mejorar la vida de cientos de niños y niñas, recurrieron a festivales, marchas de antorchas, cabildos abiertos, intervenciones artísticas para visibilizar el desfinanciamiento que sufre la institución. Yo vivo a unas cinco cuadras del Garrahan, me he acercado a varios festivales y acciones de apoyo, y es llamativa la indiferencia del barrio. Uno podría pensar que tendrían que estar todos los vecinos apoyando a los médicos y médicas. Pero no, algún que otro comerciante con un afiche y no mucho más. 



Mientras se cae el Hospital pediátrico argentino más prestigioso -que hace el 50% de los transplantes a niños y niñas del país, además de realizar la compleja intervención fetal intrauterina salvando vidas previas al nacimiento - a su alrededor todo sigue como si nada, y ya renunciaron 220 profesionales en el último año en búsqueda de mejores condiciones laborales. 


Eli Wiesel, escritor rumano, víctima del Holocausto desarrolló el tema de la indiferencia. El 12 de abril de 1999 dio una conferencia en la Casa Blanca, donde describía:¿Qué es la indiferencia? Etimológicamente, la palabra significa ´sin diferencia´. Un estado extraño y antinatural en el que se difuminan los límites entre la luz y la oscuridad, el anochecer y el amanecer, el crimen y el castigo, la crueldad y la compasión, el bien y el mal”. Es decir, todo da lo mismo. 


El escritor agrega: “para quien es indiferente, su prójimo no tiene importancia. Y, por lo tanto, su vida carece de sentido. Su angustia, oculta o incluso visible, carece de interés. La indiferencia reduce al otro a una abstracción”. El Premio Nóbel de la Paz  agregó en esa intervención: “Ser indiferente a ese sufrimiento es lo que hace al ser humano inhumano. La indiferencia no provoca respuesta. La indiferencia no es una respuesta.” Y el activista por la paz y contra el olvido del Holocausto concluye: “por lo tanto, la indiferencia siempre es amiga del enemigo, pues beneficia al agresor, nunca a su víctima, cuyo dolor se magnifica al sentirse olvidada.” Hoy con el ejemplo del genocidio en Gaza tenemos un gran modelo de indiferencia generalizada ante una aberración, muy de a poco se van movilizando pueblos y levantando voces que no logran frenar el desastre. 


Recuerdo, además, una frase del pensador y escritor humanista Silo: “Si eres indiferente al dolor y el sufrimiento de los demás toda ayuda que pidas no encontrará justificación”. Y propone que si uno no es indiferente al dolor y sufrimiento que lo rodea, corresponde coherentemente hacer algo para disminuirlo, para ayudar. De ese modo se avanza en una vida unitiva. 


Nunca se sabe cuándo le van a llegar a uno las consecuencias de las políticas de la crueldad. Una manifestante contaba a los medios en la marcha por la Ley de Emergencia en Discapacidad que había votado al gobierno actual, pero que no se imaginó que le afectaría a ella. Y vaya si le afectó. Ahora necesita respaldo del resto de la sociedad. Entonces, no ser indiferente e intentar ayudar a quien lo necesita, es coherente y luego la solidaridad que uno pueda requerir es válida. Se consolida un ida y vuelta, un círculo, una comunidad.

Desde nuestro lugar hacemos un llamado a salir de la indiferencia como cada uno mejor pueda. Quizás, alguien está imposibilitado hoy de movilizarse, o le da temor. Pero se pueden hacer otras cosas, ayudar, preocuparse, informarse, informar, comentar, comunicarse con otros, involucrarse. Hacer lo posible para no caer víctima de ese estado de indiferencia que lleva a adormecer el espíritu humano y va permitiendo que las aberraciones avancen. 

Es un llamado a la reflexión. Ya sucedió en la historia de nuestro país. En la última Dictadura los Centros Clandestinos de Detención estaban en plena ciudad, donde eran secuestrados y torturados los seres humanos. Y se demoró años en visibilizar esa situación y que la sociedad no sea indiferente.

Cómo hacemos para que en nuestro pueblo se recupere la empatía y se despierten nuevamente las mejores virtudes: es un pueblo solidario, sabe unir lazos, ha podido enfrentar crisis severas, tiene capacidad de salir de situaciones límites, la ha tenido a lo largo de la historia. Hoy puede hacer valer esas virtudes una vez más.

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