Un futuro confuso en la tercera década del siglo XXI
Cada vez se habla menos de las utopías, los ideales, las revoluciones. Palabras urticantes que hasta hace unas décadas atrás eran temas de discordia, hoy parecieran tópicos que atrasan, en este presente apático.
Si nos planteamos la construcción de ideales mediante una revolución que transforme el sistema violento actual (social, político, económico, cultural) profundamente y de raíz, una incógnita es inevitable: ¿Será posible tal cosa hoy en esta tercera década del siglo XXI? ¿Cómo cambiar a un sistema tan poderoso de corporaciones económicas, militares, financieras, tecnológicas, dueñas de los medios de producción y de los recursos? ¿Semejante hazaña sería posible desde nuestro lugar de ciudadanos comunes?
En el presente tan desigual y contradictorio, los tres multimillonarios más ricos del mundo Elon Musk, Marck Zuckerberg y Jezz Bezos poseen más riquezas que países enteros, son dueños de las grandes tecnológicas que digitan las comunicaciones y por tanto las subjetividades de millones de personas.
En 2025 la persona más rica del planeta es Elon Musk con un patrimonio de USD 342 mil millones (según Forbes). El PBI de Argentina en 2024 fue de USD 633 mil millones (Banco Mundial). Es decir, dos Musk tienen más riqueza que una Argentina entera de 46 millones de personas, para graficar con un sólo ejemplo. La concentración de poder económico en pocas manos es cada vez más brutal.
¿Cómo podemos nosotros ciudadanos inmersos en esta policrisis generalizada, desde nuestras posibilidades limitadas, transformar semejante situación de desigualdad y acumulación de dinero y poder?
La Nación Humana Universal es un ideal que nos guía desde siempre a quienes hacemos del humanismo nuestra bandera. Imagen lejana en el horizonte en un mundo en que se suceden hambrunas, guerras, genocidios, catástrofes ecológicas, miseria y pobreza para muchos y concentración de riqueza para pocos. Y no hay atisbos en el horizonte denotando que esas situaciones puedan terminar pronto.
Vivimos además en una sociedad desestructurada, heterogénea, acelerada. La uniformidad de una cultura materialista neoliberal que se pretendió imponer mundialmente desde el imperio en el siglo pasado no prosperó. Hoy para cualquiera es posible percibir cómo hay múltiples realidades que conviven en simultáneo: hay grupos humanos que entienden la sociedad actual con un abismo de distancia. En Argentina se le dio en llamar “la grieta” a ese fenómeno. Amplios sectores de la población que compartiendo una nación, la entienden de modos diametralmente opuestos.
La investigadora Natalia Aruguete se acerca a ese fenómeno analizando las “burbujas informativas”, también “burbujas afectivas”: “Las burbujas en las redes sociales explican el proceso por el cual usuarios de distintas regiones de una red se vuelven localmente homogéneos con el paso del tiempo: publican, validan y comparten contenidos que se parecen cada vez más a los de sus pares conectados”, plantea la autora junto con Ernesto Calvo en Fake News, Trolls otros encantos (Siglo XXI editores, 2020).
Una comunidad utiliza un lenguaje común, comparten referentes, intereses, creencias, temas, se da una “integración horizontal” de los usuarios a través de distintas redes sociales. Nuestros mundos informativos se mimetizan con los de nuestros pares interconectados cuando amplificamos el mensaje emitido de manera colectiva y garantizamos el placer discursivo que resulta del acto de compartir códigos comunes, continúa Aruguete.
Me ha sucedido infinidad de veces no poder creer cómo hay personas de nuestro país que pueden ver las cosas tan opuestas a mí. Cómo hay gente que apoyan y votan a un gobierno que reprime jubilados, desfinancia a los discapacitados, a médicos de hospitales pediátricos, a docentes universitarios y la lista es larga. Cómo votaron a un candidato que planteaba destruir al Estado desde adentro y que todo era susceptible de vender y comprar, incluso órganos y hasta niños. Y lo votaron, lo siguen validando y lo volverían a votar ¿Qué está sucediendo ahí? ¿Cómo podemos compartir un país, una sociedad, ponernos de acuerdo en puntos mínimos entre grupos humanos tan disímiles?
Ahí viene la reflexión de esta columna. A pensar si es posible hoy transformar el estado de las cosas, imaginar y comprometernos con ideales, aún cuando existen grandes sectores sociales con los cuales no compartimos valores mínimos. Es esta una invitación a pensar acerca de cómo ante realidades y formas de ver el mundo tán disímiles podemos incluso plantearnos un ideal emancipador, humanizador, para el ser humano de hoy.
Porque el sistema cambiará en su raíz cuando también se produzca un cambio profundo y esencial en el interior del ser humano, en sus subjetividades, en la conciencia. Somos las personas las que hacemos a las sociedades, y después unos pocos quieren tomar violentamente el control de ellas.
En esta actualidad de realidades diversas, de desestructuración generalizada de las instituciones, los formatos, los modelos, todos somos parte de un medio, de una “burbuja”. Solemos elegir a nuestros vínculos y los medios sociales en que nos gusta movernos. Ahí es donde nuestra capacidad de acción, influencia, ayuda, puede generar algo nuevo y transformador que vaya creciendo.
Es entonces construyendo esa realidad más humanizada en que podemos vivir de otro modo colectivamente, al menos en eso creo y tengo certeza. Ir potenciando nuevas redes solidarias, económicas, de cooperación para la subsistencia y la mejora de la vida del prójimo. Ir ampliando nuestras comunidades sociales, culturales, espirituales, fortaleciéndolas a partir de vínculos sinceros de construcción de otra realidad, mientras vamos resistiendo a la violencia que nos generan los poderosos.
Ese es nuestro nuevo mundo, desde donde puede estar germinando la semilla de la transformación de raíz de las condiciones actuales, hacia la futura Nación Humana Universal.
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