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Imaginar un futuro como pueblo, a pesar del absurdo presente

 Los futuros ideales, las ciudades justas, las formas de organización social donde la humanidad encuentre por fin la sociedad del bienestar soñada, cada tanto atraen mi divagación. El libro Ciudad del Sol de Tommaso Campanella me resonó porque describía esa urbe que estaba diseñada para alcanzar la armonía definitiva.



Los ciudadanos de esta Ciudad imaginada por el genovés saben que la propiedad privada produce el egoísmo humano y por tanto los lleva a la crueldad mutua. Entonces, en la Ciudad del Sol la propiedad de todo es comunitaria, es abolida la propiedad privada y el trabajo, y el poder está en manos de sabios. Allí el Estado está gobernado por un Consejo del Pueblo donde participan todos los ciudadanos y ciudadanas por igual.

Como no podía ser menos en la historia humana tan cíclica, a Tommaso Campanella lo persiguió y lo encarceló la Inquisición por su libertad de pensamiento, por haber soñado con una humanidad libre y próspera.

Al contrario, las ficciones de futuros distópicos, destrucción y muerte me generan temor y rechazo, por tanto intento evitarlas. Ni siquiera hace falta citar películas ni libros porque sobran ejemplos al respecto. Distopía o utopía, tragedia total o bienestar humano, caos destructivo o fuerza humanizadora, podemos imaginar o intencionar en una dirección u otra.

El futuro es el tiempo más importante para la conciencia humana: allí está la alegría, la posibilidad, el sentido. Mientras que la imaginación es una potente herramienta de la cual disponemos como seres humanos y podemos tratar de usarla con los significados que nos interesen. Después, mediante la intencionalidad llevamos a la acción esas imágenes para transformar nuestra vida y la sociedad en la que vivimos.

Hay un conjunto de personajes poseedores del poder político, económico y mediático en Argentina que pretenden arrebatarnos el futuro, hundiéndonos en un presente absurdo, patético. La distracción con una coyuntura acelerada manteniéndonos atrapados y distraídos en temas secundarios es, también, una forma de dominación de las mayorías.

Atravesamos unos días de extremo absurdo en Argentina con el “Mileipalooza” del Movistar Arena como clímax de esta época. En un país conocedor de grandes próceres, presidentes, presidentas, artistas, músicos, un presidente argentino dando ese show de mal gusto apunta a degradar todo: nuestra cultura, historia y política. No puede menos que llenarnos de vergüenza a quienes todavía disponemos de capacidad de asombro.

Si nos detenemos ahí, podemos llegar pronto a estar rascando el fondo de la olla como país. Hay un monigote que canta mal y exagera rostros de odio mientras la economía está al borde del abismo, los casos de corrupción superan en la trama a las peores películas de carteles de narcos, mientras las grandes mayorías empeoran progresivamente sus condiciones de vida, siendo los jubilados y discapacitados los más afectados. Una combinación fatal que tiene al sometimiento a los designios de Estados Unidos ya sin ningún filtro como su paragua para sobrellevar la tormenta.

Estamos, sin más, inmersos en un presente absurdo. El concepto del absurdo es la piedra angular de la filosofía de Albert Camus. Según él, el absurdo es la tensión que surge entre la necesidad del ser humano de encontrar sentido en la vida y la indiferencia del universo ante esa búsqueda. El absurdo es entonces la condición en la que vive el ser humano: deseamos entender el propósito de la vida, pero vivimos en un mundo que no responde (1).


Albert Camus simboliza el absurdo en El Mito de Sisífo, un personaje condenado a levantar y arrastrar una roca hacia una cima, cuando llega debe arrojarla otra vez cuesta abajo por el abismo. Un trabajo absurdo en el que gasta su vida.

¿Cómo encontramos un sentido entre semejante absurdidad? ¿Podemos a pesar del presente que nos lleva puestos imaginar un futuro distinto? ¿Lograremos el entusiasmo para acometer una acción transformadora junto a otros?

Como siempre hacemos los humanistas, intentamos ver lo positivo aún en lo desfavorable. Sabemos que imaginar y construir la realidad interna y social a la cual aspiramos nos ayuda a no hundirnos en la oscuridad. Desde nuestro lugar de personas sencillas, ciudadanos, militantes, es posible pensar desde ya un futuro para el país que queremos. Elaborar propuestas claras para estar listos en el momento en que el ciclo se revierta, podemos hacerlo desde hoy en el área en que nos movamos.

Del “fondo de olla” podríamos salir con un movimiento de mandorla y por rebote pasemos a un ciclo positivo, constructivo para nuestro pueblo, sin anclarnos en un pasado que fuimos y supimos ser pero retomando los aspectos más evolutivos de nuestra historia para ir hacia un futuro con fuerza.

Cómo queremos que sea el Estado, la educación, la salud, la ciencia, la tecnología. Queremos un país con soberanía integrado al mundo o pretendemos ser la granja de recursos naturales para las superpotencias. Aspiramos a un pueblo comprometido, politizado, con sensibilidad y que aumente progresivamente sus conocimientos y virtudes o nos dejaremos llevar por la estupidez generalizada útil a quienes destruyen todo en pos de sus finanzas.

Ellos -los que hoy gobiernan la Patria junto al círculo rojo- hacen una síntesis de lo peor de las tradiciones políticas y sociales del país. Lo peor del conservadurismo, del liberalismo, del populismo de derecha. Para contrarrestarlo es necesario que nosotros conformemos una síntesis de lo mejor de nuestra historia política: con lo mejor del humanismo, el peronismo, el socialismo nacional, la izquierda.

La idea del absurdo está asociada también a la de rebelión, que Camus ha abordado y desarrollado ya en su libro El hombre rebelde. La rebelión adquiere entonces un valor filosófico, pues la rebelión metafísica extiende la conciencia a lo largo de la experiencia (2). Podemos entonces hoy rebelarnos al absurdo de estas ultraderechas rancias. Imaginar futuros ideales, futuros posibles. Dar pasos precisos en esa dirección si no queremos convertirnos en Sisífo y llevar siempre la roca a la cima y dejarla caer una y otra vez. Es posible, porque “algo muy bueno ocurrirá cuando los seres humanos encuentren el Sentido tantas veces perdido y tantas veces reencontrado en los recodos de la Historia” (3).

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Hablé de este tema en Serendipia por Radio Caput el 08/10/2025 -  Escuchá acá la columna

  1. Jiménez Emán, Gabriel. El hombre absurdo: la filosofía rebelde de Camus. Revista Filosofía & Co. Mayo 2021.

  2. Ibídem.

  3. Silo. Primera celebración anual de El Mensaje. www.silo.net. Mayo 2004

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